domingo, 23 de marzo de 2014

BESOS


                Hace unos días oí un aplauso de besos. Sí, muchos labios lanzando besos al aire al mismo tiempo para generar un único beso mayúsculo, envolvente, muy digno, a pesar de su aparente connotación cómica, de cualquier ser humano que lo mereciera. Fue en un programa de radio.
            Imagínense ustedes recibiendo un Goya o un Oscar, y miles de besucones y besuconas oprimiendo al unísono sus morritos para generar el besazo de reconocimiento. Lo mejor de la radio es que nos obliga a agudizar la imaginación, sobre todo cuando nos habla de cosas extraordinarias o poco cotidianas. Debo reconocer  que aquella resonancia de naturaleza bilabial a mí me llevó a pensar en un chapoteo de peces en una charca enlodada.
            Los besos son como duendes que andan sueltos por las calles, por lo parques  y las plazas, se meten en las casas, se esconden en los muebles, y algunas veces se dejan tocar; e incluso hay besos locos que se dejan besar. Algunos son huidizos, otros afables, otros misericordiosos, otros apasionados. Hay besos postizos como los protocolarios; también falsos, como los de Judas. Los besos se ofrecen y se roban, se venden y se compran. “Tú eres la bien pagá porque tus besos compré…”  dice la copla. El ser humano hace de todo mercancía y sabe envolver los besos en papel de regalo o de estraza, según comprador. Los pesa y los consume, y casi nunca mira su fecha de caducidad. Hay besos que pueden perjudicar a la salud, sobre todo los que poseen muchos añadidos excitantes o demasiados conservantes.
            Me pregunto si llegamos al mundo con el beso aprendido o aprendemos a besar en vida. Quizá el primer beso lo demos de recién nacidos al pecho materno.
            Sí, los aplausos podrían ser de besos. Los actores y cantantes lo agradecerían muchísimo, en vez de desearles éxito con la escatológica frase “Mucha mierda”, lo haríamos diciendo “Muchos besos”. 

                         

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