Hace unos días oí un aplauso de
besos. Sí, muchos labios lanzando besos al aire al mismo tiempo para generar un
único beso mayúsculo, envolvente, muy digno, a pesar de su aparente connotación
cómica, de cualquier ser humano que lo mereciera. Fue en un programa de radio.
Imagínense
ustedes recibiendo un Goya o un Oscar, y miles de besucones y besuconas
oprimiendo al unísono sus morritos para generar el besazo de reconocimiento. Lo
mejor de la radio es que nos obliga a agudizar la imaginación, sobre todo
cuando nos habla de cosas extraordinarias o poco cotidianas. Debo reconocer que aquella resonancia de naturaleza bilabial a
mí me llevó a pensar en un chapoteo de peces en una charca enlodada.
Los
besos son como duendes que andan sueltos por las calles, por lo parques y las plazas, se meten en las casas, se
esconden en los muebles, y algunas veces se dejan tocar; e incluso hay besos
locos que se dejan besar. Algunos son huidizos, otros afables, otros
misericordiosos, otros apasionados. Hay besos postizos como los protocolarios;
también falsos, como los de Judas.
Los besos se ofrecen y se roban, se venden y se compran. “Tú eres la bien pagá
porque tus besos compré…” dice la copla.
El ser humano hace de todo mercancía y sabe envolver los besos en papel de
regalo o de estraza, según comprador. Los pesa y los consume, y casi nunca mira
su fecha de caducidad. Hay besos que pueden perjudicar a la salud, sobre todo
los que poseen muchos añadidos excitantes o demasiados conservantes.
Me
pregunto si llegamos al mundo con el beso aprendido o aprendemos a besar en
vida. Quizá el primer beso lo demos de recién nacidos al pecho materno.
Sí,
los aplausos podrían ser de besos. Los actores y cantantes lo agradecerían
muchísimo, en vez de desearles éxito con la escatológica frase “Mucha mierda”,
lo haríamos diciendo “Muchos besos”.
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