miércoles, 24 de abril de 2019

ACHAQUES


            Un día te levantas con una extraña molestia en el omoplato izquierdo. Una mala postura, te dices. Ahora, que ya apenas te duele ese talón que a veces te trae a la memoria que hace veinte años te caíste de una escalera de la forma más tonta mientras cambiabas una bombilla fundida, viene otro achaque más a avisarte de que en adelante no te librarás de la tiranía del dolor en sus más variadas presentaciones, desde el pinzamiento ciático, hasta la atenazadora tortícolis, pasando por el martilleante dolor de cabeza que te provoca la migraña, y demás padecimientos “propios de la edad”. Te acercas a los cincuenta años y tu cuerpo te va dando cuentas de su desgaste interno y pide nuevos cuidados. A menudo te recuerda preventivos refranes: Menos plato y más suela de zapato; Desayunar como un emperador, comer como un rey y cenar como un mendigo. Ya no recibes el día de tu cumpleaños el frasco de colonia Agua Brava o el polo  Lacoste, que en diez años pasó de una L a una XXL. Ahora te regalan el frasco de Adidas, para recordarte que existe algo que se llama deporte; o una sudadera, para que sepas que existe el footing. Pero llevas peor el día de San Valentín, cuando te regalan una cajita de píldoras azules para recordarte que ya a veces también te falla la parte de tu cuerpo que más aprecias. O el día del padre, cuando recibes una caja del tamaño de la de zapatos que en realidad contiene un tensiómetro; o un mullido paquete que no contiene un albornoz, sino una almohada para la relajación de las vértebras cervicales mientras duermes.
            Sí, empiezas a entrar en la dinámica de los achaques y te acuerdas de cuando hacías lo que te daba la gana con tu cuerpo. De las veces que fuiste a trabajar sin dormir después de pasarte toda la noche de juerga. Ahora, imposible. Y observas en tus conocidos coetáneos sus deterioros externos: los kilos de más, las arrugas, la calvicie. Algo que en ti no ves. Te dices que qué estropeado está tu amigo Venancio. Y tu amigo Venancio piensa que los años no pasan en balde cuando se cruza contigo.


           ACHES AND PAINS

            One day you wake up with a strange annoyance in the left shoulder blade. Bad posture, you tell yourself. Now, that you hardly hurt that heel that sometimes brings you to the memory that twenty years ago you fell off a ladder in the most foolish way while changing a molten bulb, comes another more ailment to warn you that from now on you will not get rid of from the tyranny of pain in its most varied presentations, from the sciatic impingement, to the gripping torticollis, through the hammering headache that causes migraine, and other "age-related" ailments. You approach fifty years and your body is giving you accounts of its internal wear and requires new care. It often reminds you of proverbial sayings: Less plate and more shoe sole; Have breakfast like an emperor, eat like a king and dine like a beggar. You no longer receive the bottle of Colonia Agua Brava or the Lacoste pole on your birthday, which in ten years went from an L to an XXL. Now they give you the bottle of Adidas, to remind you that there is something called sport; or a sweatshirt, so you know that there is jogging. But you have worse Valentine's Day, when they give you a box of blue pills to remind you that sometimes you also miss the part of your body that you appreciate the most. Or father's day, when you receive a box the size of the shoe that actually contains a blood pressure monitor; or a soft pack that does not contain a bathrobe, but a pillow for the relaxation of the cervical vertebrae while you sleep. 
            Yes, you start to enter the dynamics of the aches and you remember when you did what you wanted with your body. Of the times you went to work without sleeping after spending all night on the town. Now, impossible. And you observe in your contemporary acquaintances their external deteriorations: extra kilos, wrinkles, baldness. Something that you do not see in you. You tell me how spoiled your friend Venancio is. And your friend Venancio thinks that the years do not pass in vain when he crosses with you.

miércoles, 17 de abril de 2019

ANIMALOGÍA


     Siempre me ha gustado buscar semejanzas físicas entre personas y animales. Por ejemplo, veo gente con la cara angulosa y los ojos ligeramente curvados hacia el tabique nasal y relaciono sus rostros con el de un zorro o un coyote. Alguien con ojos redondeados y la cara ancha se me asemeja a un perro San Bernardo, o a un koala. Una cara humana con nariz achatada y ojos pequeños a una serpiente –que no tiene por qué ser viperina-, o a un perro bóxer. De ser la nariz afilada y algo ganchuda, a un ave rapaz. Claro que no sólo la cara se presta e este juego de similitudes persona-animal. También otras partes del cuerpo colaboran para que uno le eche imaginación al asunto y se entretenga en pensar que un varón con las piernas largas anda parecido a un ave zancuda, como el flamenco o el pelícano. Que los andares de una mujer con los pies   planos calzando zapatos de altos tacones recuerdan al pingüino, o los que caminan con las piernas abiertas encorvados hacia adelante, al chimpancé.
      Hace tiempo cayó en mis manos un revista que contenía un genial reportaje gráfico que se titulaba De tal dueño, tal perro, con diez o doce fotografías que mostraban  las cabezas de varias personas junto a las cabezas de sus respectivos perros, y créanme, se diría que los canes eran fieles caricaturas de sus dueños.   
      A los animales siempre se les ha buscado mucha simbología y sus figuras se utilizan para representar a países, como el gallo a Francia o Portugal, y el toro de lidia a España. Pero son los chinos los que más discurren y basan el transcurso de su existencia en el mundo animal: el año de la rata, del búfalo, del gallo, etc.
    Sí, las personas y los animales tenemos más en común de lo que creemos. Imitamos con frecuencia a los animales. Algunos lo malo, como por ejemplo esos tipos que son bastante burros porque conducen como cabras, torpemente igual que gansos. Otros lo bueno, como esos a los que su mujer les dice con mucha asiduidad: “Manolo, estás hecho un toro”. Claro que también depende porqué lo diga.

PEOPLE AND ANIMALS
     I have always liked to look for physical similarities between people and animals. For example, I see people with anangular face and slightly curved eyes towards the nasal septum and I relate their faces with that of a fox or a coyote. Someone with rounded eyes and a broad face resembles a San Bernardo dog, or a koala. A human face with a flattened nose and small eyes to a snake - which does not have to be a viper - or a boxer dog. From being sharp and somewhat hooked, to a raptor bird. Of course, not only the face lends itself to this game of animal-animal similarities. Other parts of the body also collaborate so that one can Fancy the subject and entertain himself in thinking that a man with long legs is similar to a wader, like flamingo or pelican. That the gait of a woman with flat feet wearing high-heeled shoes reminds the penguin, or those who walk with legs open bent forward, to the chimpanzee. Some time ago I saw a magazine that contained a great graphic report that was titled Of such owner, such a dog, with ten or twelve photographs that showed the heads of several people next to the heads of their respective dogs, and believe me, you would say that the dogs They were faithful caricatures of their owners. Animals have always been looked for a lot of symbolism and their figures are used to represent countries, such as the cock to France or Portugal, and the fighting bull to Spain. But it is the Chinese who spend the most and base the course of their existence on the animal world: the year of the rat, the buffalo, the rooster, etc.
Yes, people and animals have more in common than we think. We often imitate the animals. Some bad, like for example those guys who are pretty donkeys because they drive like goats, awkwardly like geese. Other good things, like those to which his wife ssiduously tells them: "Manolo, you are a bull." Of course it also depends on why you say it.

UNA PAREJA MÁS


Anita trabajaba de dependienta en una pequeña librería situada en un bulevar del centro de una gran ciudad. Era una joven menuda y pizpireta, muy desenvuelta para la venta. Había abandonado los estudios al terminar el segundo curso de bachillerato porque un amigo de su padre, que era taxista y tenía la parada frente a la librería, le había dicho que el dueño del establecimiento estaba buscando una dependienta. Así fue como Anita comenzó a trabajar entre libros. Y los libros abrieron sus hojas para Anita de una manera más seductora a como lo hicieran en el instituto, y la convirtieron en una lectora voraz que a escondidas escribía versos. Anita se hizo novia de Santi, un joven estudiante de derecho que asomaba por la librería de vez en cuando para ojear novedades. Cuando llegaba la primavera, antes de abrir la librería por la tarde, ambos solían sentarse en un banco del bulevar e intercambiaban sus deseos y algún beso.
            Un día vieron una pareja de ancianos octogenarios paseando por el bulevar cogidos de la mano. El era bastante alto y delgado, tenía el pelo plateado y algo largo, andaba con cierta torpeza, como si a veces sus piernas no le respondieran. Ella era bajita, regordeta y de piel sonrosada, su cráneo estaba cubierto por una cabellera canosa y alopécica, y siempre llevaba gafas de sol. Los días sucesivos Anita y Santi volvieron a verlos andando por el bulevar, aprovechando el tibio sol de marzo. Las manos de los dos ancianos se ensamblaban una a la otra formando una sola mano, un único amasijo de dedos que se aferraban los unos a los otros para que nadie pudiera separarlos. Anita y Santi concluyeron que ella debía ser ciega, y por eso llevaba gafas de sol, y él la guiaba, aunque fuera a pasos torpes, agarrándola cariñosamente de la mano.
            Una tarde que Anita cruzaba sola el bulevar los vio dando su paseo como de costumbre y se dio cuenta de que a él se le había caído del bolsillo de su abrigo algo al suelo, era el estuche de unas gafas. Anita enseguida lo cogió y se lo quiso dar al anciano, pero la mujer le dijo: “No hija, dámelo a mi, él ha olvidado que sus manos sirven para coger otras cosas aparte de mis manos, tiene la enfermedad de Alzheimer”.
            En ese momento a Anita le vino a la mente una frase que había leído hacía poco en un libro: “El amor es el contacto de dos egoísmos”. Al autor se le había olvidado incluir las palabras “no siempre”.  


      
      A COUPLE MORE


Anita worked as a clerk in a small bookstore located on a boulevard in the center of a big city. She was a small and pizpireta young girl, very easy to sell. He had dropped out of school at the end of the second year of high school because a friend of his father, who was a taxi driver and stopped in front of the bookshop, had told him that the owner of the establishment was looking for a salesgirl. That's how Anita started working among books. And the books opened their pages for Anita in a more seductive way than they did in high school, and turned her into a voracious reader who secretly wrote verses. Anita became a girlfriend of Santi, a young law student who poked through the bookstore from time to time to check news. When spring came, before opening the bookstore in the afternoon, both used to sit on a bench in the boulevard and exchange their wishes and a kiss.
         One day they saw a couple of elderly octogenarians strolling along the boulevard holding hands. He was quite tall and thin, had silver hair and something long, walked with some clumsiness, as if sometimes his legs did not respond. She was short, plump and rosy-skinned, her skull was covered with white hair and alopecia, and always wore sunglasses. The following days Anita and Santi saw them again walking along the boulevard, taking advantage of the warm March sun. The hands of the two elders joined one another in a single hand, a single mass of fingers that clung to one another so that no one could separate them. Anita and Santi concluded that she must be blind, and that's why she wore sunglasses, and he guided her, even if he was taking awkward steps, holding her gently by the hand.
        One afternoon when Anita was crossing the boulevard alone, she saw them taking their walk as usual and she realized that he had dropped something from the pocket of his coat on the floor, it was the case of glasses. Anita immediately took it and wanted to give it to the old man, but the woman said: "No daughter, give it to me, he has forgotten that his hands are used to catch other things besides my hands, he has Alzheimer's disease".
        At that moment Anita came to mind a phrase she had recently read in a book: "Love is the contact of two selfishness". The author had forgotten to include the words "not always".                                                 

miércoles, 16 de abril de 2014

LA OLIVETTIWORD


       El abuelo de mi amigo Carlitos García escribía sus novelas en una máquina de escribir Olivetti que se compró de segunda mano hace más de cuarenta años. Cuando el veterano escritor cumplió ochenta años, mi amigo Carlitos le regaló un ordenador para que probara y aprovechara las ventajas del procesador de textos Word. Una semana tardó el octogenario narrador en aprender los entresijos del complicado artefacto y las peculiaridades del procesador, y en verdad quedó maravillado de las facilidades para escribir que el aparatito le ofrecía, pero por otro lado, esa modernidad tecnológica le resultaba tan artificiosa como insustancial, porque el hombre estaba demasiado acostumbrado a ver y escuchar los brazos de los caracteres de su Olivetti golpear el papel; y a empujar con su mano izquierda el carro de la máquina para que éste se deslizara hacía la derecha y provocara el salto de línea. Notaba que esa escritura tan intangible que le proporcionaba el ordenador entorpecía su inspiración. Así pues, el viejo romántico desechó el silencioso procesador de textos y volvió a la metálica algarabía de su máquina Olivetti. Pero mi amigo Carlitos, aun entendiendo la determinación de su abuelo, no quedó satisfecho y como es un genio de la informática, comenzó a estudiar la forma de adaptar la vieja Olivetti al ordenador, de manera que su abuelo pudiera seguir escribiendo a la vieja usanza y a la vez aprovechar las bonanzas de la nueva tecnología. Y lo consiguió. Instaló en los caracteres de la máquina unos sensores especiales, de manera que cuando los símbolos de hierro tocaban el papel  también quedaban reflejados con las mismas características en el monitor; y lo mismo hizo con el carro. Éste, al ser empujado, indicaba en la pantalla el salto de línea. Así nació la Olivettiword, el ordenador del que se sirven los viejos escritores que un día cambiaron la pluma por el bolígrafo y el bolígrafo por la máquina de escribir, pero no están dispuestos a ir más allá. 




THE OLIVETTIWORD

The grandfather of my friend Carlitos García wrote his novels on an Olivetti typewriter that was bought second hand more than forty years ago. When the veteran writer turned eighty years old, my friend Carlitos gave him a computer to test and take advantage of the word processor Word. A week took the octogenarian narrator to learn the ins and outs of the complicated device and the peculiarities of the processor, and really was amazed at the facilities to write that the gadget offered, but on the other hand, this technological modernity was as contrived as insubstantial, because the man was too used to seeing and hearing the arms of the characters of his Olivetti hit the paper; and to push with his left hand the car of the machine so that this one slid to the right and caused the jump of line. He noticed that the intangible writing provided by the computer hindered his inspiration. So, the old romantic discarded the silent word processor and returned to the metallic hubbub of his Olivetti machine. But my friend Carlitos, still understanding the determination of his grandfather, was not satisfied and as he is a computer genius, he began to study how to adapt the old Olivetti to the computer, so that his grandfather could continue writing in the old way and at the same time take advantage of the bonanzas of the new technology. And he got it. He installed special sensors in the characters of the machine, so that when the iron symbols touched the paper they were also reflected with the same characteristics on the monitor; and the same did with the car. When pushed, it indicated on the screen the line break. Thus was born the Olivettiword, the computer used by the old writers who one day changed the pen for the pen and the pen by the typewriter, but are not willing to go further.

jueves, 27 de marzo de 2014

DEJAR DE FUMAR


     
       “Me llamo Juan Jiménez Parra y soy adicto a la nicotina”. 
        Supongo que así habría hecho yo mi presentación, hace trece años, en una terapia de grupo para dejar de fumar. Luego proseguiría diciendo que a los doce años ya había dado alguna chupada a algún cigarrillo de un paquete comprado clandestinamente entre cuatro amigos, más por amor a lo prohibido que por saber qué se sentía al aspirar humo de tabaco, tal como hacían los adultos con tanta satisfacción y asiduidad. Aquellas primeras caladas me supieron muy desagradables y me produjeron una tos brusca e interminable. No volví a inhalar humo de ningún cigarrillo, hasta que con quince años de edad caí en el vicio, tras obstinarme en aprender a saborear el humo prendido de nicotina, en este caso por ese afán que suelen tener los adolescentes por adquirir conductas de adulto.
            Pero de la misma manera que me obstiné en aprender a fumar, lo hice para dejarlo, arduo empeño del que salí exitoso sin ayuda, después de varios intentos. El hecho de escuchar suaves maullidos de gato dentro de mi pecho cuando me acostaba cada noche, me llevaba a recordar los dos paquetes de cigarrillos fumados durante el día, y en mi conciencia se encendía la llama de la culpabilidad por el mal trato que me estaba dando al meterme en los bronquios tanta impureza. Un día decidí fortalecer mi debilidad ante la insistente llamada de la nicotina, y a fuerza de mucha voluntad, conseguí no fumar. El día siguiente fue más duro; y más el seguido. El cuarto estuve a punto de claudicar, en mi mente sólo cabía el deseo de fumar. Después de estos primeros días, viví otros quince sumido en una extraña tristeza, intentando ahuyentar los fantasmas nicóticos que me llamaban incesantemente. Tras estos quince días de inefable depresión, noté que poco a poco mi mente se centraba más en todo lo que me rodeaba y menos en la llamada del tabaco. Ahora digo que fui adicto a la nicotina.
            Les escribo esto porque quizá les ayude a dejar de fumar, y porque en invierno se apetece el calor de los bares y hace frío en la calle.


GIVE UP SMOKING

        “My name is Juan Jiménez Parra and I am addicted to nicotine."
        I guess that's how I would have done my presentation, thirteen years ago, in a group therapy to stop smoking. Then he would go on saying that at the age of twelve he had already sucked some cigarettes out of a package bought clandestinely among four friends, more for the love of the forbidden than for knowing what it was like to inhale tobacco smoke, just as adults did with so much satisfaction and assiduity. Those first puffs were very unpleasant, and they gave me a sharp and interminable cough. I did not inhale smoke from any cigarette, until I was fifteen years old, after I persisted in learning to taste the nicotine smoke, in this case because of the adolescents' eagerness to acquire adult behavior.
       But in the same way that I persisted in learning to smoke, I did it to quit, an arduous endeavor from which I succeeded without help, after several attempts. The fact of hearing soft meows of cat inside my chest when I went to bed each night, took me to remember the two cigarette packs smoked during the day, and in my conscience the flame of guilt was lit by the bad treatment that was giving to put so much impurity in the bronchi. One day I decided to strengthen my weakness at the insistent call of nicotine, and by force of much will, I managed not to smoke. The next day was harder; and more followed. The fourth was about to falter, in my mind there was only the desire to smoke. After these first days, I lived another fifteen plunged into a strange sadness, trying to chase away the nicotine ghosts that called me incessantly. After these fifteen days of ineffable depression, I noticed that little by little my mind was focused more on everything that surrounded me and less on the call of tobacco. Now I say I was addicted to nicotine.
       I am writing this to you because it may help them to quit smoking, and because in winter they feel like the heat of the bars and it is cold in the street. 

miércoles, 26 de marzo de 2014

domingo, 23 de marzo de 2014

ARTE Y PARTE

Cuando me llega la noticia de que un cuadro de un determinado pintor célebre vivo se ha vendido por una cantidad exagerada –el más caro hasta la fecha una pintura de Lucian Freud, “Benefits Supervisor Sleeping“, por 33,6 millones de dólares- se me contrae la hechura del entendimiento. ¿Quién pagará tanto dinero y por qué? Mi primera pregunta es fácil de contestar: algún rico caprichoso o algún coleccionista rico. Pero a mi segunda pregunta nadie sabrá darme una respuesta lógica y convincente. Quizá porque en el arte no existe la lógica. El caso es que a ese pintor célebre tan cotizado se le pagará un dineral por metro cuadrado de lienzo pintado. Quizá esta reflexión les parezca en cierto modo liviana, pero créanme si les digo que los artistas caen en una dinámica creativa muy prolífica cuando encuentran un lenguaje personalizado con el que expresarse. No, nunca entenderé esas ventas de arte a precios tan disparatados. Puede que se deba a que el mundo en si es un descomunal disparate, una bola de agua y tierra por la que pululan millones de locos muñequitos.
            En realidad el arte no se deja entender, por eso cuando un amigo solicita mi parecer sobre una obra o tipo de arte determinado, doy mi opinión anteponiendo que en el arte no existe una medida de calidad exacta y por lo tanto cada cual lo interpreta conforme a su personalidad –forma de ver la vida- y circunstancias –manera de vivirla-. Cierto es que a la hora de analizar un cuadro debemos regirnos por reglas naturales: forma, luz, color, espacio, tiempo, ritmo, equilibrio, originalidad, innovación, cronología, etc; y que existen obras que delatan con claridad el desacierto del autor. Por lo demás, podemos hablar de arte y parte: de una obra de arte y de aquellos que toman parte en su valoración. De ellos depende su destino. Un jurado de un premio de pintura puede rechazar una obra que resulte ganadora en otro certamen similar. Así pues, arte y parte hay que ponerlos aparte.