miércoles, 17 de abril de 2019

UNA PAREJA MÁS


Anita trabajaba de dependienta en una pequeña librería situada en un bulevar del centro de una gran ciudad. Era una joven menuda y pizpireta, muy desenvuelta para la venta. Había abandonado los estudios al terminar el segundo curso de bachillerato porque un amigo de su padre, que era taxista y tenía la parada frente a la librería, le había dicho que el dueño del establecimiento estaba buscando una dependienta. Así fue como Anita comenzó a trabajar entre libros. Y los libros abrieron sus hojas para Anita de una manera más seductora a como lo hicieran en el instituto, y la convirtieron en una lectora voraz que a escondidas escribía versos. Anita se hizo novia de Santi, un joven estudiante de derecho que asomaba por la librería de vez en cuando para ojear novedades. Cuando llegaba la primavera, antes de abrir la librería por la tarde, ambos solían sentarse en un banco del bulevar e intercambiaban sus deseos y algún beso.
            Un día vieron una pareja de ancianos octogenarios paseando por el bulevar cogidos de la mano. El era bastante alto y delgado, tenía el pelo plateado y algo largo, andaba con cierta torpeza, como si a veces sus piernas no le respondieran. Ella era bajita, regordeta y de piel sonrosada, su cráneo estaba cubierto por una cabellera canosa y alopécica, y siempre llevaba gafas de sol. Los días sucesivos Anita y Santi volvieron a verlos andando por el bulevar, aprovechando el tibio sol de marzo. Las manos de los dos ancianos se ensamblaban una a la otra formando una sola mano, un único amasijo de dedos que se aferraban los unos a los otros para que nadie pudiera separarlos. Anita y Santi concluyeron que ella debía ser ciega, y por eso llevaba gafas de sol, y él la guiaba, aunque fuera a pasos torpes, agarrándola cariñosamente de la mano.
            Una tarde que Anita cruzaba sola el bulevar los vio dando su paseo como de costumbre y se dio cuenta de que a él se le había caído del bolsillo de su abrigo algo al suelo, era el estuche de unas gafas. Anita enseguida lo cogió y se lo quiso dar al anciano, pero la mujer le dijo: “No hija, dámelo a mi, él ha olvidado que sus manos sirven para coger otras cosas aparte de mis manos, tiene la enfermedad de Alzheimer”.
            En ese momento a Anita le vino a la mente una frase que había leído hacía poco en un libro: “El amor es el contacto de dos egoísmos”. Al autor se le había olvidado incluir las palabras “no siempre”.  


      
      A COUPLE MORE


Anita worked as a clerk in a small bookstore located on a boulevard in the center of a big city. She was a small and pizpireta young girl, very easy to sell. He had dropped out of school at the end of the second year of high school because a friend of his father, who was a taxi driver and stopped in front of the bookshop, had told him that the owner of the establishment was looking for a salesgirl. That's how Anita started working among books. And the books opened their pages for Anita in a more seductive way than they did in high school, and turned her into a voracious reader who secretly wrote verses. Anita became a girlfriend of Santi, a young law student who poked through the bookstore from time to time to check news. When spring came, before opening the bookstore in the afternoon, both used to sit on a bench in the boulevard and exchange their wishes and a kiss.
         One day they saw a couple of elderly octogenarians strolling along the boulevard holding hands. He was quite tall and thin, had silver hair and something long, walked with some clumsiness, as if sometimes his legs did not respond. She was short, plump and rosy-skinned, her skull was covered with white hair and alopecia, and always wore sunglasses. The following days Anita and Santi saw them again walking along the boulevard, taking advantage of the warm March sun. The hands of the two elders joined one another in a single hand, a single mass of fingers that clung to one another so that no one could separate them. Anita and Santi concluded that she must be blind, and that's why she wore sunglasses, and he guided her, even if he was taking awkward steps, holding her gently by the hand.
        One afternoon when Anita was crossing the boulevard alone, she saw them taking their walk as usual and she realized that he had dropped something from the pocket of his coat on the floor, it was the case of glasses. Anita immediately took it and wanted to give it to the old man, but the woman said: "No daughter, give it to me, he has forgotten that his hands are used to catch other things besides my hands, he has Alzheimer's disease".
        At that moment Anita came to mind a phrase she had recently read in a book: "Love is the contact of two selfishness". The author had forgotten to include the words "not always".                                                 

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